La comedia negra despliega una emoción universal, pero compleja: la ira
Por BRANDON NGUYEN — arts@theaggie.org
Traducido por FRANCHESCA QUINTERO y JOHN WALKER
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“Eso es lo que está mal en el mundo de hoy, hombre. Quieren que sientas que no tienes el control”, dice Danny Cho, interpretado por Steven Yeun, en el primer episodio de la nueva serie de comedia negra de Netflix, Beef.
Su experiencia, sin duda, es algo con lo que nos podemos identificar; sea echándole la culpa de tu mal día a tus padres por no estar de acuerdo contigo debido a una “brecha generacional”, al capitalismo por hacer a los ricos más ricos o a la pandemia por haberte atrapado en tu casa por meses. Para Cho, su cinismo se vuelve más claro en un encuentro de furia en la carretera instigado por Amy Lau, interpretada por Ali Wong, y así se establece el tono del resto de la serie.
Aunque Beef comienza con un incidente posiblemente común, se desvía brutalmente (aunque cómicamente para el espectador) hacia una enemistad vengativa donde los dos personajes intentan hacer que la vida del otro sea lo más terrible posible en los siguientes episodios.
Lo que hace de Beef, creado y escrito por el director Lee Sung Jin y producido por A24, uno de los espectáculos más perspicaces, revitalizantes y convincentes en lo que va del año es su exploración de una emoción universal, pero única y compleja: la ira. Cada personaje infeliz lo es por diferentes razones personales; la manera en que cada uno lidia con su infelicidad y la canaliza revela que hay más bajo la superficie en esta persecución de la vida a alta velocidad e insultos con el dedo medio.
Cho es un personaje de mantenimiento y contratista que lucha por acumular suficiente dinero para construir una casa en Los Ángeles para sus padres que fueron forzados a regresar a Corea. Lau, que se casó con el dinero del arte, es una empresaria que trata desesperadamente de vender su pequeño negocio de plantas domésticas para aliviar años de estrés y poner una fachada con la esperanza de finalmente poder quedarse en casa y pasar más tiempo con su esposo George (interpretado por Joseph Lee) y su hija June (interpretada por Remi Holt). Ambos están cerca de sus puntos de quiebre y, después del incidente de tocar el guardabarros, se convierten en las gotas que rebalsan los vasos del otro.
La comedía negra de suspenso fácilmente podría haber seguido la historia cliché de la guerra de clases: Cho, el más pobre de los dos, sale ganando con una casa nueva y su familia reunida mientras Lau, merecidamente, pierde todo debido a la inhabilidad de vender su negocio y su matrimonio falla porque descarga su estrés en su marido y su hija. Lee Sung Jin, sin embargo, le da una vuelta a la trama de contienda caótica con la idea de que el cretino más grande que conoces posiblemente está luchando batallas que no se ven.
El título del programa también tiene un nombre intencional que juega con la palabra “beef” (carne de res). Coloquialmente, beef significa una contienda o debate que tienes con alguien –una descripción apropiada de la relación entre Cho y Lau. Lee Sung Jin también juega con el sentido simbólico, explorando las capas de la palabra con cómo la ira –aun una ira superficial y mezquina– puede ser liberadora y dar una apariencia de control (por lo menos temporalmente).
El final del primer episodio revela un matiz a la emoción después de que Cho localiza la matrícula y la dirección de Lau para pedirle “usar el baño de huéspedes” antes de huir (puede adivinar lo que hace por pura mezquindad infantil). Es la primera vez que se ven iluminadas las caras de ambos. Su contienda va a convertirse en lo peor que les ha pasado a cada uno, pero en esta escena, también en lo mejor. No luchan solo por orgullo, sino también por la firme creencia de que su ira de alguna manera hará las cosas bien.
Otra manera de jugar con el título, un tema con el que Lee Sung Jin coquetea a través de beef es el hambre. Cho tiene una adicción a Burger King –come como si fuera su trabajo, forzando y respirando en la escena de la ladera del primer episodio– mientras que Lau tiene paladar dulce, un legado de su infancia oscura que a su vez le hereda a su hija, a quien le encantan a los Skittles. A pesar de sus diferencias, ellos son más parecidos de lo que creen: están unidos por la relación odiosa que tienen.
Vale la pena ver Beef, de Lee Sung Jin, destacando cómo la ira puede ser también, para algunas personas, carne. Llena un vacío, lo sostiene y lo satisface temporalmente –incluso si, en exceso, es terrible para el corazón.
Escrito por: Brandon Nguyen — arts@theaggie.org
Traducido por: Franchesca Quintero y John Walker